LA MUJER DORMIDA
La desesperación aumenta al mirar el reloj que marca después de la media noche. El festejo aún no culmina. El canto de los búhos se diluye en la lluvia. La angustia se intensifica, mientras los minutos mueren degollados en el tic-tac del segundero.
La mujer dormida toma la copa de champaña de sus manos y lame la última gota del líquido celestial. Somnolienta se levanta de la inmensa alcoba de seda blanca y contesta el auricular de plata con acento francés:
- Hola…
- ¡Buen día amor!, discúlpame si te desperté, llamé para avisarte que estoy aterrizando en el aeropuerto de México, a lo sumo en una hora estaré en el departamento de Polanco…
- ¿Por qué no me avisaste antes?
- Pretendía darte una sorpresa. ¡Hasta al rato!
La mujer dormida por un momento perdió los estribos. Salió corriendo de la habitación. Se peinó la breve cabellera rubia frente a un monumental espejo Art Deco y rápidamente comenzó a vestirse con el traje rojo que minutos antes había dejado tirado sobre la alfombra blanca. Pensó que se volvería loca, de inmediato regresó a la recámara y sacudió la ancha espalda del hombre que dormía en su lecho y le gritó desesperada:
- Levántate y esfúmate de inmediato, mi esposo acaba de regresar de Alemania y viene para acá en menos de una hora. Si se entera que vives aquí, cuando él no está, me mata… y luego me quita la camioneta, la ropa, las tarjetas y todo lo demás. ¿Cómo se me pudo ocurrir hacer una fiesta justamente hoy?
- Discúlpame, pero no sé como puedes vivir así, siendo la geisha de un empresario decrépito. Vives como una reina en un castillo falso. Cuando él viene, tienes que ser su mujer y servirle como una esclava, acompañarlo a cenas y reuniones de negocios, ¿y todo a cambio de qué? De que te deje vivir en un departamento lujoso en el corazón de Polanco. A mí me parece un acto de prostitución disfrazada. Él tiene un matrimonio al otro lado del mundo, hijos y un negocio.
“¡Imagínate a cuántas mujeres como tú colecciona en cada país al que viaja! La renta de las casas, las comidas y el teléfono las paga la empresa y saben para qué fines son utilizadas” recalcó mientras se fajaba la camisa de lino.
- Es el precio que pago por ser feliz, por tener un estatus, que de otra manera no podría obtener. Deja de quejarte, ve a la sala y apaga la música, y desaparece lo antes posible. Voy a tratar de limpiar este desorden. Abre todas las ventanas para que se diluya el humo del cigarro. Y discúlpame por echarte así. ¡Dame un beso!, ¿no?, y huye lo más rápido que puedas, después te hablo. Cuando él regrese a Alemania volveremos a ser felices.
La mujer dormida comenzó a tirar las copas de los invitados junto con las colillas de cigarro en una gran bolsa negra. Encendió la aspiradora y limpió cada tejido de la prístina alfombra. Sacudió desde la recámara y el baño hasta el último rincón de la cocina. Bajó por el elevador con la basura y la arrojó a la calle. Regresó corriendo al hermoso y amplio departamento high tech. Encendió alunas lámparas italianas y comenzó a maquillarse el cuello y los chupetones vampíricos que le dejó la fiesta, junto a una escultura de Camille Claudel.
Los restos de la cena de los invitados, colocados sobre la amplia mesa de mármol, sería ahora el manjar que degustaría el robusto empresario. En ese momento, se abrió la puerta y los dos fingieron que les daba un gran gusto volver a verse…
Del libro "Hadas de Mar"
de Niña Yhared.