jueves, abril 29, 2010

Historias

Cuando uno se encuentra con una persona ya de edad avanzada -qué hace uno a esa edad si no es platicar- lo que menos puede esperar es una tarde -o noche, o mañana- repleta de historias. Desde la señora que pensaba de Jolopo -si no saben quién es, se los dejo de tarea- estaba guapo cuando iba a sus mítines, las personas que estuvieron en algún periodo revolucionario o de revuelta en nuestro país hasta incluso el niño que te cuenta el descubrimiento gigantesco que acaba de hacer. En esta vida, el humano se dedica a contar sus historias, ya sea contándosela al cuate que se sentó a tu lado en el camión, a tu madre, a tus amigos, a quien sea.

Cada vez me cuesta más trabajo contar una historia. Los detalles se tienen perfeccionados, la narrativa fluye perfectamente, pero no estoy contando lo que quisiera contar. Transmitir ideas de torna cada vez más difícil, sobre todo para alguien que quiere mezclar la ficción con la realidad. Una de las herramientas de las cuales me valgo para decir algo que difícilmente diría o haría en persona, es a través de mi escritura. Todos los que han leído mis cuentos pueden encontrar una pincelada de mi realidad, de mi personalidad, de mis perversiones, de mis miedos. Fue una constante durante la universidad intentar transmitir todo ese cúmulo de emociones que tengo guardadas en mi espalda -y en mis pulmones- para poder liberarme un poco, deseando en algunos casos que la inspiración de esos textos los leyera y cayera en cuenta de lo que se dice -no me pueden negar que muchos autores declaran su amor hacia una persona, y esta declaración está escondida entre las líneas que escribe- y por fin pudiera ser feliz por siempre jamás. Escribir por no tener nada mejor qué hacer, porque te dieron ganas de ser un pseudo filósofo moderno, porque ya te aburrió el Facebook. Yo que sé, cada quién tiene sus razones. Dice Alberto Chimal que "cada detalle de una historia revela mil otros. Escribir es explorarlos. El fin del texto siempre llega por razones prácticas: mezquinas."

Cada vez se vuelve más difícil contar una historia, sobre todo cuando esta sucedió nada más en mi cabeza. Ser un literato nunca ha sido mi meta de vida. Me gusta escribir, me gusta fantasear, me gusta ser artífice y personaje de mis propias historias. Mi escritura es como el cine: puedo ser el sombrerero loco o tener sexo con la mujer que se me antoje. Puedo morir mil veces y resucitar dos mil. Puedo ser dios o el diablo, puedo ser quien yo quiera. Un escape para cuando no sabes quién eres, qué haces y qué quieres, es crear un alguien que hace algo por conseguir algo. El cuentista es la mejor parte de mi persona, con él, puedo ser quien yo quiera.

Después contaré una historia, una de las más grandes historias que pudiera contar.

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