lunes, enero 12, 2009

Melancolía

Creo que en el post anterior puse algo como de que les iba a platicar mi vida amorosa. No tengo razones buenas por las que no se las platicaría -de por sí mi vida, en todos sus aspectos, se ha vuelto de dominio público- pero siento que es una manera muy lame -uso la palabra porque no encuentro manera de decirlo en mi español corroído- de darme a conocer por esta vía. Pareciera que en ratos contamos las cosas tristes de nuestra vida para, según nosotros, inspirar algo en los demás -sea lástima, desprecio, risa, yo qué sé- y esperar que se muestre algo de "simpatía". No sé, no soy psicoloco, nomás me hago wey un buen rato, buscando algo con lo que llenar este espacio.

Anoche, en el lugar en el que estaba, me encontré con una mujer de esas que no sé qué tiene pero me fascina. Tengo un severo problema en ese caso: cuando una mujer se me hace MUY guapa, me intimida. No solamente por el hecho de que me guste, sino porque cómo le va a dirigir la palabra a un bicho raro como yo. Será el sereno, pero después de platicar con ese tipo de mujeres me doy de topes contra la pared, pues suelo decir puras idioteces que las alejan. Maldita sea mi suerte.

Mis domingos son generalmente melancólicos y aburridos. Son días en los que hago recuento de la semana, casi como si fuera un mini fin de año. No sé por qué me aferro tanto en ratos al pasado. Quizá busco respuestas a lo que he hecho, o alguna línea de pensamiento que me ayude a no cometer los errores que frecuentemente hago. Saco varias conclusiones, con gusto se las compartiré. No tengo una vida amorosa que quisiera llamar digna de recordarse. Muchos podrán decir que ha habido muchas mujeres en mi vida -y todavía las hay-, pero todavía no conozco estar con una por la que realmente me vuelva loco. Decir que me he enamorado, serán dos veces. ¿Cómo los supe? Porque a las dos las quise hasta que me dolió. Será quizá una frase muy católica viniendo de la madre Teresa de Calcuta, pero que me gusta aplicar: querer hasta que duela.

Pues sí, a esas dos mujeres las empecé queriendo, las amé, tanto que me dolió. Esas dos experiencias me dejaron hecho pedazos. Los que me conocen de ya tiempo recordarán cómo andaba por la vida por eso. Creo que mis fracasos amorosos son los que más me han marcado. Desde la presión de mis papás con el famoso: "no queremos que hagas lo mismo que nosotros" y digo, mis papás no la regaron, pero mi madre no quiere que, y la cito, me empelote con la primera que conozca. Pues no, no me ha pasado. Sí, me empeloté cañonsísimo con esas dos, y las dos me hicieron sufrir mucho -no, no es cierto, eso es muy egoísta, sufrí yo solo- solamente porque hay veces que el corazón se equivoca. De quien sea que fuere el error, creo que entregué todo lo que tengo a personas que sencillamente no lo querían -y que quizá jamás lo querrán-. No se puede obligar a querer, eso sí, son cosas que no se pueden cambiar. No siempre aplica el si no me quiere por guapo, me quiere por necio. En fin.

Si un día quieren conocerme enfermizo, enamoradizo, reclamador de la desgracia humana -y sobre todo de la mía- platiquen conmigo en un domingo cualquiera. No me regodeo ni me la paso tirado en el suelo, eso es patético. Salgo a buscar una nueva oportunidad, quizá alguien que me haga creer de nuevo que vale la pena andar cacheteando banquetas. Me he vuelto muy quejumbroso últimamente, especialmente amargado. Hay cosas que no puedo cambiarlas, y otras que si pudiera cambiarlas sinceramente no lo haría. Estoy jodido, so what.

Mi cabeza sigue siendo un barullo interminable, no sé qué hacer. Me voy a vaciar un día de estos.

Ya, hasta aquí le paro a mi amargura. Nos vemos en la próxima.

1 comentario:

Quinientos_uno dijo...

Vaya: Qué revelador.

Ánimo, jóven. Un día de estos, su vida va a cambiar.