Acabo de ver esa película. Me gustó. Altamente recomendable. Me hizo reflexionar, verdaderamente creo que muchos no vemos más allá de nuestra nariz y eso es realmente triste. En fin, no quiero profundizar mucho.
Hace unos momentos, mientras me fumaba el último cigarro del día -y curiosamente he reducido mi dosis drásticamente-, me llegó un barullo de ideas para escribir, un desahogo como aquellos, así que haré mi mejor esfuerzo para que sea eso.
Bien sabemos que la vida está plagada de miedos: de chicos, le temíamos a muchas cosas, ya sea temores fundados por nuestros padres -a más de alguno le dio miedo el closet, el coco, el monstruo debajo de la cama, el viejo del costal, etc.- y algunos que los psicolocos nos explicarán a mayor detalle. Mientras vamos creciendo, al igual que cambian nuestras ideas, van cambiando nuestros miedos: miedo a reprobar alguna materia, a no tener éxito profesional, a quedarnos solos. Estos miedos han mantenido gran parte de mi tiempo a mi cabeza ocupada. Una mente pensante no para de trabajar, desgraciadamente para el cuerpo, que es el que demanda descanso. A estas alturas, en esta edad, muchos dirán que los miedos son cuando más se presentan, pues apenas vamos levantando el vuelo y muchas veces sentimos que nuestra vida no va para ningún lado. Eventualmente se dará un momento de claridad, no hay que desesperarse.
El miedo al rechazo es el que algunos tenemos más latente. Justamente ayer revisaba una serie de frases que se publicaron en un blog del cual soy ávido lector, que hablan del amor. Una que me gustó -y que por eso la tengo en mi messenger- es que amar es darle a alguien el poder de hacerte daño, esperando que no lo haga, y pienso que, efectivamente, cuando se llega a ese punto sublime del cariño, es cuando más vulnerables estamos. Jugando el todo por el nada, esperando un pequeño rayo de luz ante un cielo que se ve más negro que la cueva más profunda, es cuando quieres no salir lastimado. Algunos podrán decir que su vida ha sido fácil en ese sentido, otros podemos contar con varios rechazos en nuestro récord, y es cuando se va haciendo más creciente esa necesidad. No solamente el rechazo viene de alguien con quien quisiéramos tener algún nexo amoroso, sino el rechazo de los amigos, de los padres, en fin, un sinnúmero de opciones ante las cuales cualquier persona, por más alma de acero que tenga, puede sucumbir y quebrarse hasta quedar hecho miles de trizas.
Cuando se tiene la experiencia previa, es cuando se es más precavido. En algunos casos, esa precaución se convierte en paranoia o enfermedad, pues es preferible el no hacer nada y evitar el salir lastimado, que el arriesgarse de nueva manera. Es cierto que, cuando se ha sido lastimado, es difícil volver a confiar, pero, ¿cuántas veces no nos caimos de la bicicleta y nos volvimos a subir? Es un proceso doloroso, y hay que hacer acopio de fuerzas para lograrlo. A fin de cuentas, del suelo no pasas. Mucho y poco a la vez, mucho que ganar, poco que arriesgar, mucho que perder. Los miedos son difíciles de quitar, pues llega un punto en el que te enfadas de fracasar.
¿A qué le tienes miedo? Todavía no encuentro la respuesta a esa pregunta.
Les debo historia, ya me quiero ir a dormir.
Hace unos momentos, mientras me fumaba el último cigarro del día -y curiosamente he reducido mi dosis drásticamente-, me llegó un barullo de ideas para escribir, un desahogo como aquellos, así que haré mi mejor esfuerzo para que sea eso.
Bien sabemos que la vida está plagada de miedos: de chicos, le temíamos a muchas cosas, ya sea temores fundados por nuestros padres -a más de alguno le dio miedo el closet, el coco, el monstruo debajo de la cama, el viejo del costal, etc.- y algunos que los psicolocos nos explicarán a mayor detalle. Mientras vamos creciendo, al igual que cambian nuestras ideas, van cambiando nuestros miedos: miedo a reprobar alguna materia, a no tener éxito profesional, a quedarnos solos. Estos miedos han mantenido gran parte de mi tiempo a mi cabeza ocupada. Una mente pensante no para de trabajar, desgraciadamente para el cuerpo, que es el que demanda descanso. A estas alturas, en esta edad, muchos dirán que los miedos son cuando más se presentan, pues apenas vamos levantando el vuelo y muchas veces sentimos que nuestra vida no va para ningún lado. Eventualmente se dará un momento de claridad, no hay que desesperarse.
El miedo al rechazo es el que algunos tenemos más latente. Justamente ayer revisaba una serie de frases que se publicaron en un blog del cual soy ávido lector, que hablan del amor. Una que me gustó -y que por eso la tengo en mi messenger- es que amar es darle a alguien el poder de hacerte daño, esperando que no lo haga, y pienso que, efectivamente, cuando se llega a ese punto sublime del cariño, es cuando más vulnerables estamos. Jugando el todo por el nada, esperando un pequeño rayo de luz ante un cielo que se ve más negro que la cueva más profunda, es cuando quieres no salir lastimado. Algunos podrán decir que su vida ha sido fácil en ese sentido, otros podemos contar con varios rechazos en nuestro récord, y es cuando se va haciendo más creciente esa necesidad. No solamente el rechazo viene de alguien con quien quisiéramos tener algún nexo amoroso, sino el rechazo de los amigos, de los padres, en fin, un sinnúmero de opciones ante las cuales cualquier persona, por más alma de acero que tenga, puede sucumbir y quebrarse hasta quedar hecho miles de trizas.
Cuando se tiene la experiencia previa, es cuando se es más precavido. En algunos casos, esa precaución se convierte en paranoia o enfermedad, pues es preferible el no hacer nada y evitar el salir lastimado, que el arriesgarse de nueva manera. Es cierto que, cuando se ha sido lastimado, es difícil volver a confiar, pero, ¿cuántas veces no nos caimos de la bicicleta y nos volvimos a subir? Es un proceso doloroso, y hay que hacer acopio de fuerzas para lograrlo. A fin de cuentas, del suelo no pasas. Mucho y poco a la vez, mucho que ganar, poco que arriesgar, mucho que perder. Los miedos son difíciles de quitar, pues llega un punto en el que te enfadas de fracasar.
¿A qué le tienes miedo? Todavía no encuentro la respuesta a esa pregunta.
Les debo historia, ya me quiero ir a dormir.
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